viernes, 19 de junio de 2009

TEATRO EN DEMOCRACIA el juego con los símbolos patrios

Rodrigo Ponce



Cuando Margot Berthold señala en su Historia Social del Teatro que "Clístenes , señor de Sikyon desde el 596 A .C., transfirió estos `coros de machos cabríos' a Dionisio, dios favorito del pueblo ático, por razones políticas", nos da otra dimensión, mas real y mundana del progreso del arte teatral. Pues sí, esos "cultos a la fertilidad de los sátiros danzantes (…) estaban originalmente consagrados al héroe argivo Adrastos, el tantas veces cantado rey de Argos y Sikyon (…)", pero el nuevo gobernador de esta ciudad decidió por conveniencia propia redireccionar la fiesta a un personaje más popular: el dios Dionisio y ganarse así el favor de su gente.

Aunque este dato nos borre esa visión un tanto romántica de que el teatro surgió con Tespis y su carreta (también, según Berthold, una imprecisión histórica), forjándonos una imagen casi mágica similar al descubrimiento del fuego, nos proporciona en cambio una concepción más amplia para entender nuestra actualidad teatral.

La conducción de espacios de desarrollo de la cultura y/o de producción artística en las ciudades ecuatorianas del siglo XXI, debería superar la visión decadente de la democracia griega; aquella de una administración antojadiza y tendenciosa por señoríos que se transmiten el poder de generación en generación, de familia en familia. Esta mala costumbre, que bordea la perversidad, significa la persistencia de una visión hegemónica del arte (o en nuestro caso, del teatro) y de algo aún más peligroso: la manipulación de símbolos que justifican una estructura conceptual del mundo, de las relaciones sociales, de la economía.

Cuando Melvin Hoyos, en la inauguración del 9no. FAAL (Festival de Artes al Aire Libre de Guayaquil) ubica a este como el más importante del Ecuador y un referente en Latinoamérica, no es que miente groseramente, sino que miente intencionalmente por razones políticas. Él, como uno de los historiadores, defensores y protectores de la antigua, la presente y la (ojalá nunca llegue) nueva oligarquía guayaquileña, necesita construir forzosamente un imaginario para el pueblo; aquel que masiva y controladamente visita el malecón (un espacio diseñado por la clase mencionada que tiene el poder) de su ciudad y de esta manera ganarse la simpatía en rodillas del ciudadano "madera de guerrero", tal como lo denomina el alcalde re-electo para infundirles ánimo un poco antes de las votaciones democráticas. Y de esta manera se gana el favor con aquello que la mentalidad de los latifundistas permite ofrecer, casi como beneficencia: un evento de mediana calidad enmarcado dentro de las "buenas costumbres".

La democracia en las ciudades autónomas griegas no era para todos: unos la disfrutaban y otros eran sus esclavos, unos asistían a grandes discusiones políticas, filosóficas y poéticas, pero otros y otras no; el teatro era asequible para todos aquellos considerados como ciudadanos, mientras los esclavos, sin igual derecho, mantenían sus casas limpias, el alimento listo en la mesa y sus camas preparadas. ¿Quiénes, de todos sus habitantes, tenían acceso al conocimiento allí producido? ¿Quiénes están hasta este siglo, relegados de todo ese conocimiento?

El monopolio de la información (dentro de esto los procesos educativos), a través de los mass-media, asegura la supervivencia de quienes los poseen y el orden que imponen. Ellos justifican cuando la guerra es válida, cuándo es santa y cuándo es terrorismo.

La independencia de los pueblos americanos del imperio español, culminó con el nacimiento de lo que hoy vivimos como Ecuador. Y aunque esto ya lo sabemos desde la escuela, es un referente para pensar sobre el peso que tiene en nuestra identidad para la mayoría de los mestizos ecuatorianos, esa lucha, sus personajes, sus signos, inclusive sus anécdotas. De ahí su denominación de "símbolos sagrados patrios". Es decir, siempre se hace necesario analizar el manejo que de estos se hace en los medios de comunicación, en las instituciones de cultura o en espacios artísticos públicos, en medio de la actual democracia que predomina en Ecuador, considerándola a ésta, quizás la parte más avanzada de un proceso de búsqueda de libertad e igualdad para una convivencia civilizada.

Habría que examinar quiénes han construido y de qué manera la democracia en nuestro país. Pero en cuanto a representación artística se refiere, la ópera "Manuela y Bolívar" del compositor Diego Luzuriaga puede o podría ser un gran aporte a la discusión de los elementos que construyen nuestra identidad. Sin embargo, se ha reducido a dos posturas típicas de un postmodernismo tardío (como siempre llegan los istmos y modas al Ecuador): Una es la del músico que da su visión muy personal y cuasi romántica de un hecho político, destacando sólo el amor trágico de dos líderes de la independencia de nuestro país y así, haciéndose oídos sordos a la complicada realidad en una especie de impotencia y pesimismo generacional, con un reencauchado "laissez faire, laissez passer". La otra es peor: ese pesimismo , producto de una débil postura política combinada con una frustración artística, se convierte en un "agarra lo que puedas, ya que las ideologías se acabaron" y entonces, el espectáculo sobre Manuela Sáenz y Simón Bolívar, es simplemente la oportunidad de obtener réditos personales ya que es un éxito seguro, pues, dada su importancia histórica, "es un tema actual y va a tener mucha asistencia de público", el cual, aunque está cansada de las telenovelas en casa, desea ver una en vivo y en directo. La gente sale llorando por la muerte de los amantes y el dueño del teatro sale riendo porque añade a su background un éxito más, de un tema que, despojado de su connotación histórica (rebajada al máximo su conflictividad), le sirve de mucho para obtener algún puesto en cualquier gobierno democrático… Incluso, con pequeños cambios de texto y vestuario, en cualquier dictadura.

Dentro de la actual democracia del capital, donde la libertad de mercado es la ley máxima, pues en ella el consumidor es quien gana, la norma ética del artista que se entrega en el escenario a pesar de todo, pasa a ser la apabullante exigencia "the show must go on", donde se esconden tras telones todas las decisiones políticas (sobre relaciones humanas) que se han tomado para llegar a la noche del estreno de "Manuela y Bolívar": irrespeto a la autoría de la puesta en escena, maltrato a los artistas, etc; todo con el objetivo de que el director del teatro, el señor Julio Bueno, salga triunfante después de ocultar su administración caótica del Teatro, que por si aquello fuera poco, lleva en su nombre grandes epítetos que evocan la patria: Nacional Sucre.

A principios de los años 80, la guerra entre dos gobiernos democráticos levantó el furor de sentimientos nacionalistas, tocó heridas no cerradas que una educación tradicionalista inculcó en nuestra mente, en nuestra autoestima como ecuatorianos. Esto permitió a los integrantes del "Pueblo Nuevo", supuestamente militantes de izquierda y de una visión progresista, apoyar la guerra de intereses burgueses y promover la idea fanática de "Paquisha un nombre en la historia de dignidad que nunca morirá", movilización útil para todos los gobiernos de derecha que han gobernado "a mi lindo Ecuador". Gracias a una habilidad de relaciones públicas, están ahora bien entroncados en el poder, manejando su "país canela hacia la libertad".

Y podría seguir así sumando lindas frases que por lo común inundan el pecho de fervor cívico para aplaudir a nuestros señores directores de la cultura, quienes manejan según su propia conveniencia, escenarios, pantallas, plazas, casas de la cultura, parques, etc. con toda la libertad de ciudadanos elegidos por su habilidad de crear símbolos que gustan al pueblo pero que no lo encaminan hacia la subversión del orden, sino todo lo contrario lo mantiene alegre y feliz, "optimista" para el día a día en un país poseedor de una gran biodiversidad… Son los ciudadanos elegidos, ahora acomodados al lado de un presidente que vive su impronta de la izquierda en medio de unos folcloristas aburguesados, mientras otros son los que simplemente los ven y les tienen sus casas limpias.

No sé exactamente cuánto ha avanzado la democracia, o, si es que realmente está avanzando, hacia dónde lo hace. No sé aún con precisión en qué punto de la historia del teatro ecuatoriano estamos, pero lo que sí está claro es que muchas conveniencias políticas están de por medio y que si bien el discurso teatral no se escribe solo por catarsis, puede ser un inspirador para descubrir, desbaratar y rehacer las relaciones sociales-económicas evidentemente injustas en las cuales vivimos debido al manoseo patriotero de nuestro ideales.



Rodrigo Ponce

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